Llegó el momento de contarle todo lo que siento a Yael.
No aguanto más pasar por su lado y desviar la mirada,
para que no se dé cuenta que me iluminan los ojos, para que no sepa que me
sonrojo al verlo, para que no se entere que cuando lo abrazo, vivo un sueño.
Es el fin de este amor en secreto, a partir de mañana
todo cambiará.- Escribió Eunize en su diario.
Y, así fue… al siguiente día, tenían una cena de alumnos.
Iban todos los de cuarto curso.
Eunize estuvo horas y horas preparándose para la gran
fiesta, en la que debía decirle a Yael lo mucho que lo amaba.
No era una fiesta normal…
No iban todos con trajes de gala, si no… que debían ir
disfrazados.
Eunize, pensó en algo original. ¿Qué podía ponerse para
que no la reconocieran?
Al fin encontró todo lo necesario para marcharse y
deslumbrar a todos.
Llegó sola, en un coche negro bastante nuevo.
Salió de él y todos se quedaron mirándola, iba hermosa e
irreconocible.
El día anterior había ido a la peluquería, y había
cambiado totalmente el look, llevaba una pequeña máscara que le tapaba los
ojos, y un vestido rojo.
Nadie podía imaginarse que aquella chica era Eunize, la
misma que dos días antes estaba en la clase atendiendo a las palabras del
profesor, y hoy… allí delante de toda aquella multitud, despampanante y
bastante diferente.
-¡Quién es aquella chica!- se preguntaban todos. Sin embargo, nadie, absolutamente nadie
descubrió su identidad.
Llegó la hora de entrar a la fiesta, Eunize esperó hasta
que todos entrasen y así podría ver llegar a Yael.
-Allí está, ya entró… Adelante Eunize, demuestra toda tu
valentía- pensó para sí misma.
Entró en la fiesta, y todo aquello… le recordó al cuento
de la Cenicienta cuando todos los invitados se apartaban y le hacían camino
hasta el príncipe.
Pero, en aquel cuento, su cuento… Todas las chicas, la
miraban, criticaban, ¡Envidiaban!
Y, los chicos, simplemente la adoraban.
Efectivamente, como ella pensó nadie la había reconocido,
nadie excepto Yael.
Yael se acercó a Eunize, simplemente para aclarar sus
dudas.
-¿Eunize? Eres tú verdad.
-Yael… ¿Cómo?
-Siempre reconocería a alguien como tú.
-Pero, si…
No terminó de decir la frase cuando estaba en los brazos
de Yael y besándolo.
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